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David Graeber
Explotando la burbuja capitalista.
Andrea Giacobbe remixed by Steve Keys
Existe una buena razón para creer que, en una generación o así, el capitalismo como lo conocemos no existirá– obviamente porque, como no paran de repetir los ecologistas, es imposible mantener por siempre un motor de crecimiento perpetuo en un planeta finito, y la actual forma de capitalismo no parece capaz de generar el tipo de enormes adelantos necesarios para poder empezar a colonizar otros planetas. Incluso ante un porvenir en que el capitalismo esté realmente acabando, la reacción más común -incluso por parte de aquellos que se hacen llamar progresistas- es simplemente miedo. Nos aferramos a lo que existe porque no podemos ya imaginar una alternativa aún peor a la existente.
¿Cómo hemos llegado hasta aquí? Mis sospechas son que estamos ante las últimas conosecuencias de la militarización del capitalismo americano mismo. De echo, se podría decir que los últimos 30 años han visto la construcción de un vasto aparato burocrático para la creación y mantenimiento de la desesperación, una máquina colosal diseñada, principalmente, para destruir cualquier sentido de alternativa futura. Es una auténtica obsesión por parte de los gobernantes del mundo -en respuesta a los levantamientos de los sesenta y los setenta- el asegurar que los movimientos sociales no se vean crecer, florecer o proponer alternativas; que aquellos que retan a los poderes establecidos no pueden nunca, bajo ninguna circunstancia, ser percibidos como vencedores. Y hacer ésto requiere la creación de un complejo aparato militar, carcelario, policial; varias formas de compañías de seguridad privada y policía y los aparatos de inteligencia militar, y todo tipo de propagandas imaginables, muchas de las cuales no tan inclinadas al ataque directo a las alternativas como a la creación de un clima generalizado de miedo, de una conformidad pseudo-patriota y un sentimiento de desesperación e inutilidad ante cualquier pensamiento de cambiar el mundo. Una fantasía fútil, vana.
El mantenimiento de éste aparato parece más importante para los exponentes del libre mercado que el mantenimiento de cualquier tipo de economía de mercado viable. ¿Cómo si no se puede explicar lo ocurrido en la antigua Unión Soviética? Uno se imaginara que al acabar la Guerra Fría se hubiera llevado cabo un desmantelamiento del ejercito y de la KGB y se hubieran reconstruido las fábricas, pero de hecho lo que paso fue precisamente lo contrario. Éste es solo un ejemplo extremo de lo que ha estado sucediendo en todas partes. En lo económico, el aparato es puro peso muerto; todas las armas, dispositivos de vigilancia y los generadores de propaganda son increíblemente costosos y realmente no producen nada en absoluto y no cabe duda que ésto es, incluso, otro elemento que está haciendo fracasar todo el sistema capitalista – junto con la producción de la ilusión de un futuro capitalista interminable que, para empezar, sienta las bases para interminables burbujas. El capital financiero se convierte en la moneda de compra venta de pedazos de ese futuro, y la libertad económica, para muchos de nosotros, se ha reducido al derecho a comprar una pequeña porción de esa subordinación permanente de uno mismo.
En otras palabras, parece que hay una tremenda contradicción entre el imperativo político de establecer el capitalismo como el único modo posible de administrarlo todo, y el hecho de que ignorar la necesidad no admitida del capitalismo de limitar sus horizontes futuros deja a la especulación, previsiblemente, fuera de control. Cuando la especulación se volvió frenética, y toda la maquinaria implosionó, fuimos puestos en la extraña circunstancia de no haber sido capaces de encontrar otro modo de haber hecho las cosas. Y lo único posible de imaginar es la catástrofe.
El ensayo previo es una adaptación de su último libro Debt: The First 5,000 Years (Deuda: los primeros 5 000 años).