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La economía descalza
Es hora de que los economistas empiecen a mancharse las manos
Jim Denevan / Beach Spiral / 2005
Trabajé durante aproximadamente diez años en áreas de extrema pobreza en las Sierras, en la selva y en áreas urbanas de América Latina Y un cierto día al principio de aquel período me encontré a mí mismo en un pueblo indígena en la Sierra en Perú. Era un día feo. Había estado lloviendo todo el día. Y yo estaba parado en medio de aquel barrio pobre. Y enfrente de mí, un tipo permanecía de pie en el barro – no en el barrio, en el barro. Era un hombre bajo… delgado, hambriento, desempleado, cinco hijos, una mujer y una abuela. Y yo era el estupendo economista de Berkeley. Al mirarnos, me percaté de repente de que yo no tenía nada coherente que decirle a ese hombre en esas circunstancias, que toda mi jerga de economista era absolutamente inútil. ¿Debería decirle que tendría que estar contento de que el PIB hubiera crecido el cinco por ciento o algo así? Todo parecía absurdo. Los economistas estudian y analizan la pobreza en sus cómodos despachos, ellos tienen todas las estadísticas, hacen todos los modelos y están convencidos de que lo saben todo. Pero no comprenden la pobreza.
Vivo en el sur de Chile, en el sur profundo. Y esa área es conocida por su producción de leche. Puntera tecnológicamente y, se mire como se mire, la mejor que hay. Hace unos pocos meses me encontraba desayunando en un hotel, y había unos botecitos de esos de mantequilla. Me quedé mirando uno de ellos. Era mantequilla de Nueva Zelanda. Y pensé, ¿no es una locura? ¿Cómo es posible? La respuesta es porque los economistas no saben calcular los costes reales. Para traer mantequilla desde 10.000 kilómetros a un lugar donde ya haces la mejor mantequilla bajo el argumento de que es más barata, es una estupidez colosal. Ellos no toman en consideración el impacto ambiental de 10.000 kilómetros de transporte. Y en parte la razón de que sea barata es que está subsidiada. Así que se trata claramente de un caso en el que los precios no dicen la verdad. Todo son trucos. Y esos trucos hacen un daño colosal. Si tú acercas el consumo a la producción, comerás mejor, tendrás mejor comida, sabrás lo que comes y puede que incluso sepas quién lo produce. Humanizarás el consumo. Pero el modo en que se practica la economía hoy en día está totalmente deshumanizada.
Necesitamos economistas cultos, economistas que conozcan la historia, que sepan de dónde vienen las ideas, cómo se originaron las ideas, quién hizo qué; una economía que se entienda a sí misma claramente como un subsistema de un sistema mayor que es la biosfera. Los economistas de hoy en día no saben nada de ecosistemas, no saben nada de termodinámica, nada de biodiversidad – son totalmente ignorantes en estos aspectos. Y yo no veo qué daño podría hacerle a un economista saber que si los animales y la naturaleza desaparecen, él desaparecería también porque no habría comida para comer. Pero los economistas de hoy en día no saben que nosotros dependemos absolutamente de la naturaleza. Para ellos, la naturaleza es un sistema de nuestra economía. ¡Es una absoluta locura!